Diana Aurenque Stephan
Dra. en Filosofía, Vicedecana de Investigación y Postgrado, Facultad de Humanidades U. de Santiago de Chile
Este 1 de octubre, la ONU conmemora el Older Persons Day, y que en su página web en español denomina Día Internacional de las Personas de Edad. Llama la atención la traducción, pues en realidad no se refiere a las personas de edad, si no de edad mayor o, dicho llanamente, de personas más viejas. Es el día de las personas envejecidas y no de las personas de edad –los niños, los jóvenes y los adultos jóvenes no están siendo aludidos en este día-. Se entiende a lo que se refiere la expresión, pero ¿se necesita realmente el eufemismo? ¿No resulta extraño que incluso en su día no se les llame propiamente? ¿Será que incomoda decir “viejo” o “vieja”? En efecto. La vejez incomoda.
Ello, hay que decirlo, no es arbitrario. Si nos vemos llamados a definir la vejez desde un punto de vista biológico-molecular, los bio-gerontólogos la entienden como la acumulación progresiva de daños moleculares, por un lado, sumado al decaimiento simultáneo del potencial de autoreparación y de regeneración de los mecanismos de reparación de dichos daños, por el otro. Así, la vejez se asocia a la aparición de enfermedades y culmina, finalmente, en la muerte. A diferencia de cualquier otra etapa en la vida humana como la niñez, la adolescencia o la adultez, la vejez nos afecta de una forma radical, inevitable y con una proyección que, a diferencia de esas etapas de la vida, no parece ofrecer otra etapa mejor –no al menos aquí en la Tierra.
Desde luego, el envejecimiento se caracteriza por ser un fenómeno extremadamente heterogéneo. Cada uno envejece distinto, por razones en parte genéticas, pero también en parte por las llamadas “determinantes sociales de la salud”. Es decir, debido a las circunstancias de vida específicas de las personas y que influyen en su salud. Ambas variables –las genéticas y las socio-ambientales– contribuyen a que las personas envejezcan de forma individual. Quienes han llevado una vida saludable, respirado un aire puro, realizado trabajos en condiciones óptimas y dormido lo suficiente, probablemente envejezcan mejor que quienes viven en condiciones de pobreza, bajo stress permanente o habitando ciudades contaminadas.
En este sentido, es indudable que hay quienes envejecen bien y tienen una buena vida. Sería falso demonizar la vejez como un mal radical. Pese a ello, no podemos vendarnos los ojos: la vejez, lo saben las personas envejecidas, es el momento en el que el tiempo se ancla al cuerpo. Quien ha envejecido tiene una conciencia del tiempo mucho más presente que quien aún goza de plena juventud. Y eso se debe a que para el viejo, el cuerpo pesa. Algunos mayores tendrán la fortuna de tener cuerpos silentes, con articulaciones y espaldas amigables, quizás solo con algunos cabellos blanquecinos y arrugas en el rostro, pero hay tantos, y sobre todo tantas otras –las mujeres son como siempre la población más afectada y más vulnerable también en éste caso– quienes más sufren con cada paso y a veces, incluso, con cada respiro.
Por ello, si realmente queremos honrar a los mayores, tomemos en serio sus dolores, sus cuerpos envejecidos, sus necesidades y sus vulnerabilidades. Negarlas glorificando la vejez no ayuda, mucho menos cayendo en estereotipos infundados. La medicina y la ciencia aún están muy lejos de poder realmente manipular a su gusto la vejez o de conseguir el anhelado “envejecimiento saludable”. Pero quizás deberíamos partir dejando de usar eufemismos, apologías o estereotipos.
Para 2050, en Chile el 30% aproximadamente de su población estará compuesta por personas de más de 60 años. La medicina contemporánea ha logrado, con un éxito sin igual, prolongar nuestra expectativa de vida. Hoy, vivimos más que nunca y seguiremos extendiendo nuestras biografías. Y la paradoja no puede ser más evidente: el globo envejece, en un planeta que colapsa. ¿Podemos decidir algo entre tanta crisis? El creciente envejecimiento demográfico es uno de los mayores desafíos globales que nos agobian, conocido desde hace tanto tiempo–por expertos y políticos– como el cambio climático. El tema nos interpela con la misma urgencia ética a la acción, pero aún no ha sido puesto como prioridad en la agenda de la política pública de nuestro país. ¿Tendrán los mayores una Greta que levante por ellos una bandera de lucha y nos preocupemos de una buena vez por ellos, por nosotros mismos?
FUENTE: LA TERCERA
TEXTO ORIGINAL :
https://www.latercera.com/opinion/noticia/envejecemos-podemos-decidir/845390/